El encanto de la libertad de la derecha radical

Por Álvaro Castro Sánchez* | 17 de junio de 2022

Fotografía: Lorie Shaull from Washington, United States, CC BY-SA 2.0 <https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0>, via Wikimedia Commons

 

Marx ya sabía que la procedencia social no garantiza la inclinación mecánica hacia determinadas ideas políticas. En un texto de 1992 Dean MacCannell consideraba al condado de Orange, del Estado de California, la “capital geográfica de la ideología conservadora norteamericana actual”[1]. Conocido efectivamente en los ochenta como “territorio Reagan”, el etnógrafo estudiaba como los rasgos reaccionarios de sus habitantes blancos procedían de su origen humilde al descender de familias que habían emigrado en la década de los treinta y que con el paso del tiempo habían alcanzado la clase media. Estos habían desarrollado un conservadurismo no basado en privilegios tradicionales o una determinada conciencia histórica de clase, sino en distinciones banales como la posesión de determinados coches, el tipo de vivienda en un conjunto de adosados, los hijos que se pueden tener o las posibilidades de acceso a la cocaína. Biblia mediante, no hacía falta ser rico para percibirse como un privilegiado frente a otros y distinguirse de ellos, como efectivamente hacían aquellos blancos californianos respecto a sus vecinos de origen mexicano. 

El juego de las apariencias y la doble moral se torna vital en contextos que esconden pánicos morales y materiales importantes. En el condado de Orange no importaban los valores reales o los vicios privados, sino lo que socialmente se representaba, o más bien, “la expresión pública de los valores exagerados”[2]. Lo importante era imaginarse como gentrya través de los artículos que se consumían y ostentaban, no serlo realmente. Las contradicciones o frustraciones se superaban huyendo de pensarlas y no estableciendo preguntas fundamentales, sino aceptando en el plano del pensamiento cuestiones mínimas y particulares, donde todo se hace auto-referencial. En ese sentido, hay un nexo íntimo entre conservadurismo e individualismo, iniciativa privada y la reivindicación de la “libertad” que enarbolan los populismos autoritarios. 

Por otra parte, resulta altamente paradójico que quienes más reclaman la libertad suelen ser quienes aspiran a socavar las libertades de los demás o más constriñen sus impulsos reales e íntimos de cara a la “buena sociedad”. Sus discursos se dotan conscientemente de la suficiente ambigüedad como para poder hacer usos múltiples del término. Este supuso un importante gancho social en tiempos de la crisis de la pandemia del Covid-19, como por ejemplo ocurrió en la campaña del Partido Popular de Madrid en 2021. En su programa electoral, titulado “Libertad”, la palabra aparecía en 44 ocasiones en un total de 84 páginas. 

Wendy Brown ha analizado esa apropiación de la palabra “libertad” por parte de las organizaciones vinculadas a la AltRight norteamericana, que en campaña junto a grupos cristianos fanatizados están ocupando el espacio público en nombre del “libre ejercicio” y de la “libertad de expresión”. Esa libertad que renueva a la reacción clásica se presenta como una liberación de las inhibiciones respecto a lo considerado políticamente correcto. La filósofa americana encuentra en Friedrich von Hayek el origen de una racionalidad neoliberal que sería la raíz de la actual legitimación de fuerzas y discursos antidemocráticos o iliberales. Siguiendo a Foucault, Brown considera que al neoliberalismo no hay que entenderlo como un nuevo sistema económico, sino desde su capacidad para producir un nuevo sujeto caracterizado como “empresario de sí mismo” y para cuya producción son fundamentales los discursos populistas. El neoliberalismo sería un proyecto que lo “economiza” todo, pero que también cuenta con un proyecto moral-político que reproduce jerarquías sociales tradicionales. Dicho proyecto consigue presentar como patriotismo la nostalgia de un pasado mixtificado ante el que los avances morales en términos de libertades y derechos sociales en materia racial, sexual o de género se consideran anti-patrióticos. Proyecto porque se trata de expandir dicha moral más allá de la esfera privada, protegida por el Estado liberal, con la connivencia de poderes fácticos derechizados, tales como los tribunales de justicia[3].

Para Hayek “lo social” era un fraude semántico. El vínculo social no lo crea una especie de camaradería abstracta sino el seguimiento de tradiciones morales y reglas de conducta que emanan desde el mercado y que siguen los individuos anónimos. A ojos del teórico, los totalitarismos modernos, en cualquiera de sus versiones, comparten la idea de que “lo social” es manipulable y movilizable por el Estado, olvidando que la marcha de la sociedad nunca responde a un diseño previo. La idea acerca de la manía de la izquierda de ver directores detrás de todos los procesos históricos y no entender la heterogeneidad y espontaneidad en la evolución de las sociedades es muy poderosa y rara vez ha sido contestada con suficiencia teórica, pues la izquierda ha preferido el camino de la descalificación, como el de la equiparación a “fascismo” de una derecha radical cuyas mutaciones parece no entender bien[4].

Al respecto, los análisis de Stuart Hall sobre la incapacidad del laborismo británico para construir un bloque histórico contrahegemónico al thatcherismo en torno a 1980 siguen siendo muy reveladores. Recogiendo las tesis de Hayek sobre la inexistencia de la sociedad, la estrategia populista de la “dama de hierro” consiguió trasladar a la experiencia cotidiana, a los imperativos morales y al sentido común el lenguaje de la economía y de los valores sociales del mercado. Frente a los gorrones, los malcriados y el Estado despilfarrador, en una especie de revival calvinista, “Ser británico” se vinculó a ser independiente y responsable, de modo que, para Thatcher, como declaró en una convención del Partido Conservador en 1975, los problemas no comienzan con la economía y sus problemas y desafíos son antes morales que económicos[5]. Esa era la vía para “hacer Gran Bretaña grande otra vez”. Su éxito no residió en embaucar a un pueblo ignorante y “alienado”, sino en la forma en la que se dirigió hacia problemas y experiencias reales derivadas de las contradicciones del sistema (incluidas las de la propia izquierda) con un discurso transversal. Esa fue la vía por la que se consiguió fundamentar las políticas neoliberales en apelaciones al “pueblo”. Y de ese modo la derecha entendió que la democracia y no un régimen autoritario era la carta ganadora y que en la batalla por su conquista lo que está en juego es dotar a las masas de herramientas sencillas de intelección de sus condiciones de vida que, a modo de ideología práctica, acaben disponiéndolas a actuar de un modo determinado.

Una línea estratégica clave es hacer de aquel tendero pequeñoburgués del que hablaba Marx, o del propietario de un bar en el centro de Madrid maltratado por la subida de los precios del alquiler y la avalancha de franquicias multinacionales, el sujeto de enunciación a través del cual el hombre pequeño o “normal” se defiende de las élites progresistas. Eso se realiza apelando a un sentido común tradicional que no ha sido suficientemente revisado y que entiende el mundo de la vida, así como el pasado en términos maniqueos de bien y mal, que reproduce visiones esencialistas de los individuos, los sexos o los pueblos y expone ciertas ideas rudimentarias acerca de la justicia retributiva.

La conclusión de Hall era que el populismo de la derecha radical tenía el sello de una revolución pasiva desde abajo, de modo que solo se podía renovar el proyecto de la izquierda si se ocupaba el mismo mundo que ocupaba el thatcherismo, desplazando el sentido común que este construía.

Volviendo a la actualidad, según Brown, el rescate del capitalismo neoliberal tras la crisis de 2008 se realiza en base a tres mecanismos. El primero es el de la empresarialización del individuo ya tematizada por Foucault la cual hace del sujeto un empresario de sí que calcula en términos de coste y beneficio todas sus decisiones, incluidas las que toma consigo mismo. En segundo lugar, a partir de la llamada economía colaborativa, la cual solo se puede entender en ese contexto de empresarialización de todo, de recortes económicos y de recesión de lo social. En efecto, desde nuestro punto de vista dicha economía presentada bajo un barniz cooperativo, ecosocial, etc., trae consigo un nuevo tipo de feudalismo en el que los sujetos pagan tributos a plataformas anónimas por poner a disposición de los usuarios sus bienes (el coche, la casa, sus utensilios, etc.) o tiempo de trabajo. Todo queda mercantilizado y reducido a valor de cambio. En tercer lugar, el retorno de la obligación del cuidado a las familias y a las economías familiares en un contexto de privatización de la sanidad. El fruto no puede ser otro que un sujeto pre-moderno dispuesto a experimentar la responsabilidad social como coerción o uno posmoderno que carece de vínculos sociales y busca refugio en huidas interiores (el mindfulness, los diversos espiritualismos o el recurso a las drogas) y exteriores (el turismo compulsivo o el alpinismo). 

Bien en su forma más moderada y heredada del liberalismo conservador, bien en su forma más extrema heredada de las derechas radicales del siglo XX, la antidemocracia enarbola un tipo de libertad que consiste más bien en un “libertarismo moral” sin responsabilidad social[6]. Las demandas de libertad que reclaman los grupos de la Alt-right norteamericana que en España y otros países latinoamericanos sirve de referente para diversas estrategias discursivas del espectro de la derecha radical responden a un programa que busca recristianizar el espacio público y empoderar a la reacción heteropatriarcal tradicional, la cual se representa como atacada por el neoliberalismo progresista. Dicho programa se desarrolla según determinados mecanismos y operaciones, entre las que se encuentra la distinción entre acto y persona. Así, un tendero de cupcakes puede alegar motivos de conciencia para negarse a colaborar con una boda gay vendiéndole sus productos, pero eso no implica estar en contra de las personas que se casan, por lo que la obligación por parte del Estado para tratar a todo cliente como igual supone una invasión de la libertad personal. Lo mismo ocurre con la venta de anticonceptivos y con otros casos similares. Con ello, la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos – que protege la libertad de religión, expresión, prensa y asociación– está siendo usada como un arma desregulatoria que sirve para desplazar desde la esfera privada y de la conciencia a la esfera pública el ejercicio de valores religiosos.

Para Brown, tal uso de la libertad solo es posible en un contexto nihilista que vuelve triviales y superficiales los valores, los cuales se disponen a ser utilizados como instrumentos de propaganda política. La verdad o la ciencia se ven destronadas en un mundo posverdadero que lo convierte todo en capital humano. Thatherismo realizado, dicho nihilismo es el que hace posible que la libertad se entienda libre de responsabilidad y como liberación de los compromisos sociales y de toda corrección política. Responde pues a una voluntad de poder sin restricciones que parte de un dolor (el del hombre blanco destronado y su mundo de fuertes divisiones sexuales del espacio y el tiempo) y encuentra la vía de su desublimación en la política reaccionaria que encarna el rechazo de las reglas, de la responsabilidad por el otro y por lo público, algo que no esperaban quienes desde la democracia cristiana confiaban en la moral tradicional para darle un orden a la sociedad. Porque el marco ahora es otro: el de una cultura de la mercancía que ha puesto el deseo y la exhibición en el centro de la existencia. Eso explica como los líderes de la derecha que se embarcan en esas nuevas estrategias políticas pueden aplaudir la vuelta al país para asistir a una regata de un rey corrupto y huido, presentar líderes que serán votados, aunque se paseen en yates con narcotraficantes o sean objeto de todo tipo de escándalos de corrupción que atentan contra lo público. Si el nuevo sujeto político es alguien que experimenta la alteridad siempre con dolor y en posición de víctima, toda promesa de venganza será suficiente para movilizar su apoyo.


* Universidad de Córdoba

[1]    MacCannell, Dean, Lugares de encuentro vacíos, Madrid, Melusina, 2007, p. 83.

[2]    Ibíd., p. 84.

[3]  Brown, Wendy, En las ruinas del neoliberalismo. El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente, Madrid, Traficantes de sueños, 2021, pp. 41-47

[4]    Castro, Álvaro, El fascismo y sus fantasmas. Cambios y permanencias de la derecha radical, siglos XX- XXI. Madrid, La linterna sorda, pp. 23-27.

[5]    Hall, Stuart, El largo camino de la renovación. El thatcherismo y la crisis de la izquierda, Madrid, Lengua de Trapo, 2018, p. 146.

[6]    Ibíd., pp. 76-77.

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