El auge de la ultraderecha: ni tan novedoso ni tan inevitable

Por Matías L. Saidel* | 27 de mayo de 2022**

Un fantasma sobrevuela nuestra realidad política actual: el fantasma de las ultraderechas. Esta paráfrasis del Manifiesto podría resumir una sensación que se difunde a través de los medios de comunicación, las redes sociales, las charlas de café y los debates académicos. Sumándonos a dicho debate, quisiéramos señalar que, por un lado, se tiende a exagerar la novedad representada por estas corrientes, que en muchos casos surgieron hace cinco décadas, y, por otro, se suele desconocer la especificidad de ellas, subsumiéndolas bajo la denuncia de “fascismo”. Sin embargo, los movimientos neofascistas, nostálgicos del período de entreguerras, adeptos al racismo biologicista y proclives a expulsar a los extranjeros de sus países, siguen siendo marginales en todo el mundo. La política actual de varios países está signada por el auge, no de una derecha neofascista, sino de una derecha radical, que combina nacionalismo, nativismo, autoritarismo, xenofobia, racismo culturalizado, misoginia, etc. pero no glorifica el pasado fascista ni se propone acabar con el régimen político-institucional imperante[1]. A su vez, al interior de la derecha radical, se suele distinguir entre una corriente social-identitaria, que cuestiona elementos del capitalismo neoliberal, de una derecha radical nacional-liberal, que combina la defensa irrestricta del libre mercado con valores morales tradicionales. Es decir que defienden la desregulación, los recortes fiscales, el desmantelamiento del Estado social junto con una vuelta a la moral tradicional, la religión, la xenofobia, el antifeminismo, la oposición al movimiento LGTBIQ y al aborto, etc. Esta corriente se origina en la década del setenta en Estados Unidos, en reacción a “un conjunto de movimientos sociales —protestas estudiantiles, contracultura, movimiento negro, feminismo radical, ecologismo— y ciertas políticas sociales del gobierno para paliar la pobreza”[2]. Sin embargo, no forman un grupo homogéneo. Mientras en Estados Unidos hoy esta corriente está asociada con la alt-right y su intenso uso de las redes y los memes, en Europa “esta corriente asume los ropajes del conservadurismo tradicional: familia, comunidad, religión y orden”[3].

En Latinoamérica, existe una combinación de ambas características. Las nuevas derechas conservadoras, reaccionarias y (paleo)libertarias defienden una moral reaccionaria tanto en las calles como en las redes sociales y los medios de comunicación masiva, usando el trolleo y el acoso a figuras identificadas con el “progresismo”, al “marxismo cultural” y la “ideología de género” y desde allí intentan marcar la agenda de los movimientos políticos más tradicionales de la centroderecha e incluso propician la creación de nuevas formaciones políticas de ultraderecha, cada vez más exitosas. A su vez, además de recibir apoyo económico de fundaciones que buscan radicalizar las políticas liberales y las jerarquías patriarcales, en muchos casos están asociados a movimientos religiosos, como las iglesias neopentecostales, que tienen cada vez mayor poder en los medios de comunicación y en los partidos políticos. 

Estas perspectivas, que conjugan anticomunismo, liberalismo extremo y reaccionarismo social, fueron muy importantes para producir la victoria de Bolsonaro, Trump y el Brexit, encontrando sus antecedentes en las críticas de Thatcher a la Unión Europea, en el paleolibertarismo de Rothbard y Rockwell y en el paleoconservadurismo de Pat Buchanan en los ochenta en EEUU[4]. Estos últimos abogaban hace tres décadas por un populismo de derechas opuesto a las élites neoconservadoras que se beneficiaban del big government. En el plano local, dicho discurso es retomado en la actualidad por referentes libertarios como Javier Milei y Agustín Laje —y por la militancia antiderechos en general— quienes bregan de manera conjunta por una liberalización total de la economía y una defensa del patriarcado y de las jerarquías tradicionales[5]

El otro grupo estaría conformado por los social identitarios[6] —o rojipardos[7]— que incorporan elementos del conservadurismo tradicional antimoderno y antiliberal mezclado con algunas reivindicaciones tradicionales de la izquierda. Estas corrientes suelen defender el ecologismo como un modo de preservar las formas de vida tradicionales frente al capitalismo modernizador y depredador, llegando en algunos casos al ecofascismo[8]. En el aspecto socioeconómico, reivindican políticas sociales para quienes padecen los ajustes y critican a los organismos internacionales y, en el caso europeo, a la UE y su política económica y monetaria. Sin embargo, el proteccionismo económico y las políticas de bienestar que estas corrientes proponen deben beneficiar solo a las clases trabajadoras “autóctonas” y no “inmigrantes”. Algunos proponen discursos abiertamente xenófobos y otros critican a la globalización por expulsar a los pueblos de sus tierras natales y de sus modos de vida, aunque dicha defensa suele ser un pretexto para oponerse a la inmigración. Un teórico destacado de esta corriente es el nacionalista ruso Alexandr Dugin, cuya propuesta de “populismo integral” conjuga valores conservadores con propuestas económicas anticapitalistas[9]

Como señala Melinda Cooper, las políticas monetarias y fiscales propuestas por la derecha social-identitaria y antiglobalista en contra de la austeridad en Europa y EE. UU. han sido más decididas que las de los partidos de centroizquierda tanto en la retórica como en la práctica. Sin embargo, dicha heterodoxia no necesariamente está vinculada a una preocupación por la igualdad social en general, sino a una reivindicación de las poblaciones “autóctonas” frente a sus “otros”. Ello encuentra un antecedente en el nazismo, donde la expansión económica resulta funcional a un proyecto de exclusión y explotación de los otros raciales y una subordinación y confinamiento de las mujeres a los hogares.[10] En ese sentido, comparten con el nazifascismo el descarte de poblaciones subordinadas o consideradas extranjeras o improductivas. En ese marco, Michel Feher sostiene que el auge de partidos nacionalistas en Europa es la confirmación de tendencias previas, donde los propios partidos de centroderecha que recortan ayudas y someten a las poblaciones a la lógica del crédito, instalan la idea de la pertenencia a la nación, el género o la raza como un capital que los otros, desechables, no pueden poseer.[11]

De hecho, el discurso nacionalista no es exclusivo de la corriente social-identitaria. Los nacional-liberales se opusieron de manera temprana al carácter posnacional y democrático de la Unión Europea, a su burocracia y a sus políticas potencialmente redistributivas. Think tanks como el Grupo de Brujas y el Centro para la Nueva Europa empezaron luchando por asegurar políticas neoliberales como el libre comercio y la movilidad de capitales dentro de la UE, para luego oponerse a esta en alianza con fuerzas nacionalistas y xenófobas de extrema derecha[12]. Esto fue retomado recientemente por los impulsores del Brexit y luego por Trump, quien lanzó la guerra comercial y arancelaria contra China bajo una fuerte retórica nacionalista de defensa del trabajo industrial perdido a manos de la competencia desleal del gigante asiático y buscó desfinanciar instituciones multilaterales. Lo mismo puede decirse en el caso de Bolsonaro, para el cual la liberalización económica va de la mano de un rechazo de las instituciones y tratados internacionales que ponen límites a la explotación indiscriminada del planeta, de los inmigrantes y de las mujeres. De hecho, ambos coinciden en su caracterización del cambio climático como un complot marxista y la necesidad de salvar al mundo occidental del globalismo y del socialismo.

De este modo, en la mutación reciente del neoliberalismo, la defensa de la nación retorna, una vez más, como un modo de responder a los conflictos sociales sin realizar cambios en el sistema que los origina. En ese marco, el inmigrante, el negro, la trava, el planero, etc. se vuelven chivos expiatorios a sacrificar a cambio de restaurar privilegios salariales, raciales y patriarcales.[13] Así, la retórica nacionalista, la apelación a valores culturales y morales reaccionarios, el supremacismo blanco, el sexismo y el desprecio por el planeta son nuevamente puestos al servicio de la acumulación desenfrenada. 

Sin embargo, esta coyuntura crítica también pone en primer plano la potencia de las resistencias. Así como en Estados Unidos Trump se vio obligado a abandonar la casa blanca tras un solo mandato presidencial, en Latinoamérica la movilización popular y el rechazo a las políticas de ajuste ponen frenos a un innegable proceso de derechización. Estas resistencias hicieron posible evidenciar el carácter autoritario y violento de los gobiernos más fieles a los mandatos imperiales del fundamentalismo de mercado y permitieron el auge de nuevas coaliciones de gobierno progresistas, cuando el avance de la derecha parecía imparable. Dichas resistencias, especialmente los feminismos, permitieron avanzar en medidas de reconocimiento económico del trabajo reproductivo y derechos fundamentales como la Ley de Interrupción Voluntaria del Embrazo sancionada en Argentina, conjugando así, dentro del delicado equilibrio macroeconómico y de fuerzas, políticas de redistribución y de reconocimiento. 

Quizás el ejemplo más contundente de esta potencia resistente es el proceso que se está desarrollando en Chile, donde comenzara el proceso de neoliberalización después del golpe de Estado de Pinochet en 1973 y donde la Constitución de 1980 promovía una sociedad neoliberal y autoritaria. La Asamblea Constituyente iniciada en 2020, que parecía impensable antes de la rebelión popular de fines de 2019, fue seguida por la elección de Gabriel Boric como presidente. Con ello, se da sepultura al sistema pinochetista y se abre la posibilidad de romper los grilletes que pesan sobre nuestra imaginación política. Esto revela que el proceso de derechización dista de ser inevitable y que los intentos por declarar el fin de la historia se chocan una y otro vez contra el muro de las resistencias, que hacen posible lo que antes parecía impensable.


* CONICET-INES-UNER

** Este artículo retoma reflexiones desarrolladas en “El neoliberalismo autoritario y el auge de las nuevas derechas”, História Unisinos, 25(2):263–275, Maio/Agosto 2021; “Hacia una genealogía del populismo de derechas actual. Una aproximación a la corriente nacional-(neo)liberal en Europa y Estados Unidos”, El banquete de los Dioses, 9, Jul-Dic 2021 y en “Mutaciones autoritarias”, en Expósito, J.; Lo Valvo, E.; Sacchi, E.; Saidel, M. Ensamblajes neoliberales : mutaciones del capitalismo contemporáneo, Red Editorial, Vicente López, 2022.

[1] García Olascoaga, O. “Presencia del neofascismo en las democracias europeas contemporáneas”. En Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 162, 2018: 3-20. (http://dx.doi.org/10.5477/cis/reis.162.3).

[2] Ramas San Miguel, Clara. “Social-identitarios y neoliberales autoritarios: dos corrientes en la nueva internacional reaccionaria”. En Guamán, A., Aragoneses, A. y Mar, S. Neofascismo; La Bestia Neoliberal. Siglo XXI, Madrid, 2019, 72. 

[3] Ibid., 74.

[4] El paleolibertarismo es una corriente intelectual y política “combina valores culturales conservadores y la búsqueda de la abolición del Estado y la privatización completa de la vida social, incluso de la justicia y las fuerzas de seguridad”. Al mismo tiempo promueve un “fortalecimiento de instituciones sociales como la familia, las iglesias y las empresas como contrapeso y alternativa al poder estatal (verdadero enemigo de la libertad)”. Stefanoni, Pablo. ¿La rebeldía se volvió de derecha? Cómo el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda debería tomarlos en serio). Siglo XXI, Buenos Aires, 2021, 202. Este movimiento se denomina como paleo, en referencia a la Vieja Derecha previa a Wilson y Roosevelt. Es nacionalista, aislacionista y antibelicista, pro-mercado, favorable a un gobierno mínimo y opuesto al centralismo federal. En la década de 1990 los paleolibertarios se alían con los paleoconservadores para desafiar a los neoconservadores y al sistema formado por el Gran Gobierno, los programas fiscales y sociales y el intervencionismo militar, rechazando el legado de los derechos civiles, el igualitarismo y todos los “falsos derechos” (de las mujeres, de las minorías sexuales y raciales) vistos como ataques a la propiedad privada y a la identidad blanca. En dicho marco, Rothbard propone en 1992 la necesidad de un populismo de derecha que movilice al pueblo norteamericano contra las élites gubernamentales. Sauvêtre, P. 2019. “National-néolibéralisme: de quoi le populisme est le nom”, http://sens-public.org/articles/1470/ Último Acceso 30/12/2020. 

[5] Nos hemos ocupado de estas corrientes en Exposito, J. E., & Saidel, M. L. “¿Anticomunismo sin comunismo? La construcción del feminismo como enemigo estratégico de las nuevas derechas y el dilema de la reproducción social”. Razón Crítica, 11, 2021.

[6] Ramas San Miguel, Clara, op cit.

[7] Forti, Steven. “Los rojipardos: ¿mito o realidad?”. En Nueva Sociedad No 288, julio-agosto de 2020, <www.nuso.org>.

[8] Stefanoni, Pablo. ¿La rebeldía se volvió de derecha?, 157 y ss.

[9] Ramas San Miguel, Clara, op cit., 77.

[10] Cooper, Melinda. “Anti-Austerity on the Far Right”. En AAVV. Mutant Neoliberalism, Fordham University Press, 2019, 112-145.

[11] Feher, Michel. “Disposing of the Discredited: A European Project”. En AAVV. Mutant Neoliberalism. Fordham University Press, 2019, 146-176. 

[12] Slobodian Quinn y Dieter Plehwe. “Neoliberals against Europe”. En AAVV. Mutant Neoliberalism, Fordham University Press, 2019, 89-111.

[13] Cabe recordar que en nuestro país también se ha pretendido instalar la idea de que la inmigración produce costos excesivos por el acceso gratuito a salud y educación, a la vez que sería responsable de delitos contra la propiedad y del narcotráfico. 

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