El gobierno de la desigualdad: Acerca del carácter antidemocrático de la racionalidad neoliberal

Por Iván Gabriel Dalmau* | 3 de mayo de 2022

Problematizar el neoliberalismo como racionalidad de gobierno, es decir tomando como punto de partida la analítica foucaultiana de la gubernamentalidad[1], implica realizar una serie de desplazamientos con respecto a ciertas formas por medio de las cuales se lo ha caracterizado[2]. En primer lugar, el encuadre gubernamental trae aparejado un corrimiento de la perspectiva de análisis desde “la manera en que se ha gobernado” hacia “la forma en que se ha reflexionado acerca de cómo gobernar”. En ese sentido, en lugar de problematizar el neoliberalismo como una teoría económica y de enfocar la crítica en los efectos de la aplicación de dicho modelo a nivel de la “política concreta”, de lo que se trata es de dar cuenta del modo en que se ha reflexionado acerca de cómo gobernar a partir del prisma forjado por el discurso neoliberal. Asimismo, esta forma de abordaje se distingue de la crítica de la ideología, que apuntaría a “desenmascarar” los intereses “ocultos” que atraviesan al neoliberalismo analizado como una concepción ideológica de la economía. 

En contraposición, el enfoque gubernamental habilita la crítica de la manera en que saberes como la economía política articulan discursos que contribuyen al surgimiento de las formas de racionalización del ejercicio del gobierno en el marco de la soberanía política. Razón por la cual, en lugar de tomar el Estado, el mercado y la sociedad civil como puntos de partida, la pregunta sería qué forma de problematización del Estado, el mercado y la sociedad civil se configura desde el prisma de la racionalidad de gobierno neoliberal. Por lo tanto, el abordaje del neoliberalismo en tanto racionalidad gubernamental y, particularmente, del programa sociopolítico urdido como contracara del tipo de crítica que dicho encuadre enarbola, permite desentrañar la manera en que en la superficie misma del discurso se problematiza la desigualdad como principio formal que debe ser inscripto en lo real, de modo tal de convertir las distintas esferas de la vida en una situación de mercado. Por ende, en lugar de cuestionar el aumento de la desigualdad como un efecto socioeconómico de la “aplicación” de dicha “teoría”, mostrando así los intereses a los que responde, la crítica del neoliberalismo como racionalidad de gobierno habilita el señalamiento de que el aumento de la desigualdad es un objetivo inmanente al programa neoliberal. Resulta oportuno destacar que no se pretende negar los evidentes efectos socioeconómicos de la implementación de una agenda de políticas públicas de raigambre neoliberal (esto es, el flagrante aumento de la desigualdad), sino más bien de destacar su carácter programático y su dimensión estratégica a nivel de la forma en que se reflexiona acerca de cómo conducir las conductas. 

Quisiéramos destacar que la potencia crítica que encierra la analítica de la gubernamentalidad radica en que, al enfocarse en la superficie misma del discurso neoliberal, evita una serie de dificultades epistemológicas que en absoluto se encuentran exentas de efectos políticos. Si consideramos el neoliberalismo como una teoría económica cuyo modelo se aplica y genera desigualdad, además de suponer una endeble dicotomía entre teoría y praxis, siempre se presenta la dificultad de la caracterización de la agenda implementada en términos de “en qué medida” puede ser considerada neoliberal y, más aún, “en qué grado esa agenda llegó a implementarse”. Por otra parte, si lo cuestionamos como una visión ideológica de la economía que esconde bajo un manto de objetividad científica los intereses de una fracción de la clase dominante, además de la dificultad que se presenta de contraponer y fundamentar una teoría económica adecuada que permitiría desenmascarar el carácter ideológico de la que se critica, el principal problema es que “la carga de la prueba” recae sobre quien “denuncia” y debe –justamente– aportar pruebas concluyentes que permitan dar sustento a un análisis anclado en la viscosa metáfora del ocultamiento. 

Ahora bien, consideramos que estos breves reparos epistemológicos resultan pertinentes habida cuenta del peligroso correlato político que se cierne sobre dichas formas de ejercer la crítica. Esto es, que dejan la puerta abierta para que las/os cultoras/es del credo neoliberal se desmarquen de la crítica al señalar, por ejemplo, que “determinada agenda no fue suficientemente neoliberal”, “no llegó a implementarse”, “fracasó por la pesada herencia y/o por la falta de confianza en las instituciones de un país que lleva décadas de populismo”, o simplemente respondan ridiculizando las pruebas que se aportan para mostrar los intereses “ocultos” a los que presuntamente responden. Por el contrario, la crítica del discurso neoliberal en perspectiva gubernamental obtura dichas tácticas de contra-ataque puesto que, para decirlo en términos coloquiales –al poner el foco de miras en los enunciados efectivamente producidos en el seno de dicho discurso– las/os foucaultianas/os nos valemos del famoso refrán “el pez por la boca muere”.

Si bien el discurso neoliberal no constituye en absoluto una totalidad coherente, carente de tensiones, fisuras y líneas de crítica interna[3], puede decirse que la multiplicación de las desigualdades resulta fundamental en el seno de dicho programa de sociedad –cuyas primeras formulaciones se remontan a la Europa de entreguerras– en tanto condición de posibilidad de la empresarialización de las relaciones sociales. Sostenemos, entonces, que este prisma de reflexión política buscará desarticular al conjunto de los sectores populares, particularmente al movimiento obrero organizado y consolidar como correlato del gobierno una sociedad compuesta de empresas que compiten entre sí. En ese sentido, habida cuenta de la problematización de la competencia como fundamento sobre el que se sostiene el mercado en tanto principio formal, desde la grilla neoliberal no se trata solamente de que el Estado se desentienda de las exigencias de las masas y abandone las políticas de reducción de la desigualdad, sino de que intervenga activamente para promoverla. De este modo, la desigualdad no es un mero daño colateral producido como fruto de que el Estado “deje de distorsionar el mecanismo de los precios”, sino un objetivo programático en tanto dispositivo que permite desproletarizar y desmasificar al convertir los distintos aspectos de la vida social en una situación de mercado y alentar que los sujetos se vinculen consigo mismos y con los otros como empresas en competencia constante.

Retomando lo señalado en las líneas precedentes, cabe destacar que la promoción de la desigualdad a través de intervenciones activas sobre las condiciones de posibilidad del mercado –sobre su marco jurídico, por ejemplo– permitiría “sanear” el vínculo entre el Estado y la economía; al dar lugar a un Estado que promueve, en lugar de obstruir, al mercado. Por el otro, al convertir las distintas esferas de la vida social en situaciones de mercado, esto es sometidas al principio de la competencia y basadas en la lógica del “aseguramiento individual” frente a los riesgos (en salud, educación, pensiones, etc.), dicha racionalidad desarticula estratégicamente al sujeto proletario que engrosa la sociedad de masas y se organiza sindicalmente para exigir por sus condiciones de vida ante el Estado frente al empresariado. Si todas/os somos empresarias/os, que debemos invertir y hacernos cargo del resultado de nuestras inversiones –por ejemplo, una mala inversión educativa puede acarrear un déficit en términos de “empleablilidad”– se diluyen las formas de solidaridad y organización colectiva de las/os trabajadoras/es y resulta elidido el conflicto entre trabajo y capital. No hay un enemigo de clase, el capital, ni solidaridad intraclase, sino que el/la otrora compañero/a emerge como el competidor en esta sociedad poblada de empresas sometidas a su “propio riesgo”.

Llegados a este punto, consideramos oportuno enfatizar que dicha racionalidad de gobierno enarbola un programa de sociedad que mina las bases de la democracia. Básicamente, el vaciamiento del substrato societal de la democracia se consolida por medio del desmantelamiento de las formas de articulación de los sectores populares –por medio de la criminalización de los sindicatos, problematizados como “grupos de presión de carácter monopólico”– y de la correlativa promoción de la forma empresa como matriz de las relaciones sociales. Es decir que, aun cuando el programa neoliberal pueda compatibilizarse con la vigencia de un régimen político formalmente democrático, por medio de la articulación estratégica de las tácticas mencionadas dicha racionalidad apunta a una consolidación de “lo social” que opere como condición de imposibilidad de la emergencia del pueblo. De este modo, la realización de las elecciones libres y el principio de la soberanía popular resultan desconectados. Si la primera es una opción entre otras –al respecto cabe recordar los vínculos entre el pinochetismo y la Escuela de Chicago[4]–, el segundo debe ser combatido sin concesiones, incluso a sangre y fuego, de ser necesario. En torno a lo cual, cabe recordar que tempranamente, en el Coloquio Walter Lippmann (realizado en París en agosto de 1938), el filósofo y epistemólogo francés Louis Rougier contrapuso la “democracia liberal” –basada en los derechos individuales– frente a lo que denominaba “democracia socializante” anclada en el principio de la soberanía popular y que conduciría inexorablemente a la demagogia y el totalitarismo[5]. Contraposición que sería retomada por el economista austro-americano Friedrich von Hayek en la clásica entrevista concedida al periódico chileno El Mercurio durante la dictadura de Pinochet, en la que expresaría su preferencia por una dictadura liberal antes que por una democracia “ilimitada” carente de liberalismo[6]

En términos de organización política, se destaca, entonces, la apuesta por una democracia limitada, esto es un régimen democrático en el que el electorado se limitara a definir a sus gobernantes, pero no tuviera incidencia en cómo gobernarán; ya que se propone que el ejercicio del gobierno esté sometido a un marco normativo fuerte que impida que el programa de sociedad neoliberal pueda ser puesto en entredicho por el “gobierno de turno”. Al respecto, cabe recordar que, en la ponencia de Rougier, se enfatiza la necesidad de que en la “democracia liberal” el Poder Ejecutivo y el Legislativo estén subordinados a una instancia jurídica superior. De este modo, se busca cerrar la puerta a la posibilidad de que la democracia devenga “ilimitada”, y que al apelar a la “soberanía popular” los gobiernos puedan cuestionar ni más ni menos que el derecho de propiedad. Así, el mencionado fortalecimiento del marco normativo resulta clave en términos estratégicos, ya que el “empoderamiento” del Poder Judicial, en tanto garante del Estado de Derecho, es problematizado como el dispositivo que permitiría bloquear las virtuales “extralimitaciones” de los gobiernos, como así también las exigencias de los “grupos de presión”, como los sindicatos, cuyo accionar es señalado como motor de las aludidas “ilimitaciones” gubernamentales.  

A modo de cierre sostenemos que, en el seno de esta racionalidad gubernamental, la limitación de la democracia, la judicialización del accionar de los poderes Ejecutivo y Legislativo (esto es, la sumisión de los poderes del Estado cuyos miembros son elegidos democráticamente a aquel poder que no se rige por dicha lógica), la puesta en entredicho del principio de la soberanía popular, la desarticulación de las prácticas de organización de los sectores populares y la promoción de la forma empresa como principio de configuración de las relaciones sociales constituyen una cadena, una trama. El neoliberalismo, problematizado bajo el prisma de la analítica de la gubernamentalidad, puede ser caracterizado como un programa sociopolítico abiertamente antidemocrático al que cabría denominar bajo la fórmula “gobierno de la desigualdad”, en el doble sentido de “gobierno mediante” y “gobierno para” la desigualdad. Por ende, enfatizamos que ésta resulta problematizada al mismo tiempo como finalidad y medio, o sea como objetivo y dispositivo. En ese sentido, afirmamos que la telaraña de dicha racionalidad nos encierra en el círculo de la producción y el consumo de desigualdad.


* CONICET-IIGG-FSoc-UBA

[1]  Foucault, Michel, Naissance de la biopolitique. Cours au Collège de France.1978-79, Paris, Éditions Gallimard SEUIL, 2004. 

[2] En la presente intervención, retomo y reformulo algunas de las ideas presentadas previamente en: Dalmau, Iván Gabriel, “Gobernar mediante la desigualdad”. Bordes. Revista de Política, Derecho y Sociedad, núm. 23, 2022, pp. 23-35.

[3] Dardot, Pierre ; Laval, Christian, La nouvelle raison du monde. Essai sur la société néolibérale, Paris, Éditions La Découverte, 2009; Salinas Araya, Adán, “El pasaje del coloquio Lippmann. Observaciones sobre el caldo germinal del neoliberalismo”, en: Castro-Orellana, Rodrigo; Chammorro Sánchez, Emmanuel (eds.), Para una crítica del neoliberalismo. Foucault y el nacimiento de la biopolítica, Madrid, Dado Ediciones, 2021, pp. 72-109.

[4] Murillo, Susana, “Neoliberalismo: Estado y procesos de subjetivación”, Revista de la Carrera de Sociología, vol. 8 núm. 8, 2018, pp. 392-426.

[5] Salinas Araya, Adán, “El pasaje del coloquio Lippmann. Observaciones sobre el caldo germinal del neoliberalismo”, en: Castro-Orellana, Rodrigo; Chammorro Sánchez, Emmanuel (eds.), Para una crítica del neoliberalismo. Foucault y el nacimiento de la biopolítica, op.cit.

[6] Dardot, Pierre ; Laval, Christian, La nouvelle raison du monde. Essai sur la société néolibérale, op. cit.

Compartir en: